lunes, 12 de octubre de 2009

Vidiago



[...]Su impasible carcajada me animó a acercarme, ya por pura curiosidad para conocer el motivo de tanta diversión. Cuando me acerqué ella me miro con esos ojos verdes, desde el primer momento quedé prendado de su peculiar belleza y de esa sonrisa torcida. Ella me saludó, y yo sonreí, pasaron horas y seguíamos juntos, sentados, mirándonos, sin mediar palabra. Su traje rojo carmín resaltaba su piel olivácea , yo de aquel entonces sólo era un niño inocente que no conocía más mujer que las de la hermandad. Eran tan sinceras las emociones que acudían a mí cuando clavaba mis pupilas en las suyas, llameantes.
Pasaron unos meses y las visitas secretas fueron continuas. Decidimos que el parque fuese nuestro refugio, que esos oxidados columpios hicieran de testigos. Hasta que un día ella no apareció, y en nuestro lugar, había una solitaria y taciturna nota que decía:
Mi amor, Mario:
Estos meses contigo han significado mi vida. No puedo despedirme de ti, pero por muy fuertes que sean los sentimientos las prohibiciones lo son más.
Tú, amor, sabias que no podíamos estar juntos y así me lo hizo saber la Hermandad a la que perteneces.
Antes de vivir sin ti, sin tus interminables besos y tus caricias, prefiero no vivir. No podría seguir. Espero que me sepas entender, aunque sé que es difícil. No me odies, pues soy, fui y seré la persona que más te querrá y admirará tu valentía nunca, esa misma que yo no he sabido tener.
Recibe después de multitud de abrazos, el eterno beso. N o de despedida, si no de ¡hasta siempre!.
Firmado: Carmen

Después de leer aquello corrí sin mirar atrás, la busqué en todos los rincones , pero no la encontré[...]
Ana Bear Rados

No hay comentarios:

Publicar un comentario